Sígueme

Sígueme: es el desafío, la esperanza, el reto.
Desafío, porque hay que dejarlo todo,
hasta negarse a sí mismo;
volver la otra mejilla;
dejar no solo la capa,
sino también la túnica;
llevar la carga no sólo la primera milla,
sino aún hasta la segunda…

Mas tú, que lanzas el desafío y el reto,
has de llegar tú mismo hasta el calvario,
y qué mayor negación de sí mismo,
que siendo hijo de Dios,
te despojaste de tan alta investidura
tomando forma de hombre
y de siervo obediente hasta la cruz…

Pero, no obstante lo que has hecho,
me pides demasiado,
¿podrías esperar un poco?,
tú sabes, tengo que pensarlo…

Pero además del desafío, está la esperanza:
«¡Ya no estarás solo!» es tu promesa.
La lucha de cada día ha perdido el sentido nihilista de la sinrazón,
pues tu promesa es para ¡todos los días, hasta el fin del mundo!
Y más allá del mismo.

Sígueme y yo te haré descansar,
sígueme y aprenderás a ser manso y humilde de corazón.
Sígueme y ya no cargarás con el peso absoluto que produce el rencor
y aprenderás a perdonar hasta setenta veces siete.
Sígueme y aprenderás que Dios es Espíritu absoluto
y que por eso, puede demandarlo todo.

Sígueme es el reto,
porque seguirte implica negarme a mis propios intereses,
y querer llevar la cruz.
Porque seguirte es buscar cada día tu voluntad,
es darse a los demás en una sonrisa,
un ceder de mis haberes,
de mi tiempo,
de mi casa
hacia aquél que sin pedirlo lo está necesitando,
y aun más, habrá que ir hacia aquél que de alguna manera me ha hecho daño o lastimado.

Sígueme es el reto,
porque cuando aprendas a presentar tu vida
en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios,
habrás encontrado el camino para transformar al mundo.
Y sabrás que no hay mayor revolución,
que la que sufre el corazón del hombre
cuando es Dios quien lo trastoca…

¡Cuánta paciencia Señor,
me has mostrado al esperar;
quiero tomar tu desafío,
tu esperanza y tu reto: «Sígueme»!