El término «siervo de Dios» fue utilizado desde el tiempo de los profetas para referirse a Jesús y su obra. Él es el escogido de Dios para cumplir el nuevo pacto. Su muerte representa la redención de su pueblo, haciendo posible cumplir también la promesa dada en Génesis 12:3 extendiendo la bendición a todas las naciones de la tierra. Así, su sacrificio le hace partícipe de gloria y exaltación. Veamos cómo en el libro de Marcos las referencias de la obra del siervo son cumplidas en Cristo.
Las profecías del Siervo
En el Antiguo Testamento el nuevo pacto era anunciado por los profetas como promesa de la redención de Israel (Jer. 31:31-33; comp. Mr.14:24). Isaías dice: «Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones» (42:6), esto traería consigo a un nuevo Rey y una nueva tierra (Is. 11:1-12). Este rey adquirió la figura de «siervo», pues con su sacrificio haría posible la redención del pueblo de Dios.
Podemos ver que uno de los títulos que Dios le da es la de «su escogido». Encontramos referencias en Isaías 42:1 y Salmos 2:7; en el relato de Marcos, por su parte, la identidad de Jesús como el siervo se pone en evidencia cuando es bautizado: en ese momento desciende sobre él el Espíritu como paloma y la voz del cielo lo llama «Hijo amado» (Marcos 1:10-11).
Las señales van indicando que Jesús cumple con las características anunciadas sobre lo que vendría a hacer en la tierra «he aquí mi siervo…para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas» (Is. 42:7). En su venida, Jesús deja huellas de vidas restauradas: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen los muertos son resucitados y a los pobres les es anunciado el evangelio» (Is. 35:5-6; comp. Mt. 11:5).
La misión del Siervo
Pero con lo anterior, su propósito aún no está completo, pues el objetivo es la redención. Isaías 49:6 dice: «poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra». En este sentido, él representa el primer vínculo para llegar a los gentiles. Encontramos destellos de la bendición a las naciones cuando él ayuda a una mujer sirofenicia (Mr. 7:24-30), y cuando pasa por una región donde la población era mayormente gentil y sana a un sordo y tartamudo (Mr. 7:32).
Pero algo es seguro, que el siervo no puede lograr la redención hasta que sea sacrificado: «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos» (Is. 50:6). Para Jesús era tan fundamental que sus apóstoles entendieran el propósito, que en Marcos habla de lo necesario de su muerte en tres ocasiones (8:31; 9:31 y 10:33-34). Este último pasaje dice:
«He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará».
La victoria del Siervo
Es importante centrar nuestra atención en el hecho de que en las tres predicciones de su muerte, Jesús también habla sobre su resurrección, misma que había sido también profetizada. «[Jehová dice] He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto» (Is. 52:13) y añade en Isaías 53:12 «yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores». Este hecho es descrito por Jesús en el evangelio de Marcos afirmando que en su venida vendría con gran poder y gloria (13:26).
De esta forma, queda claro que el siervo de Dios ha cumplido con el propósito fundamental de redención y la apertura para la bendición a todas las naciones, no obstante, esperamos la culminación de la promesa que acompaña a este siervo; es decir, su próxima venida; por lo que oramos: ¡Amén; si, ven señor Jesús! (Ap.22:20).